A
LOS PESCADORES DE RETA
Fue
tarde entonces cuando estrené los brazos.
Cuando
recibí barba y bandera
las
orillas estiraban
su
soliloquio entre los pájaros
y
no había sino huecos espumosos
en
el lugar donde se multiplicaron las barcazas.
Quién
sabe dónde las redes,
en
qué graves mareas se hundieron los oficios.
Llegaban
cegando la luz horizontal
del
crepúsculo
cargados
de plata refulgente,
agotados
y sonrientes bajo sus sombreros.
Victoriosos
burladores de arcanos marinos
llegaban
a la costa montando las rompientes,
blandiendo
sus puños mordidos por las cuerdas.
Allí
latían revelaciones de ultramar,
se
narraba la gran ciudad del agua y el salitre,
comenzaba
la contabilidad pieza por pieza
de
mano en mano, centavo a centavo.
Se
le cantaba al cardumen como al sol o al aire.
Llegué
tarde al vértigo del oleaje,
al
perfume exacto de la rosa de los vientos.
Allí,
de pie, en otro siglo de huellas descalzas
tan
sólo un roído barco hundido en la arena
y
lejos la estela de los pesqueros invisibles
sobre
cuya ruta aún trazan su círculo las gaviotas.
De
vez en cuando un viejo pescador emerge
vestido
de algas, de peces de relámpago,
y
desata los nudos marineros de los vientos
mientras
un niño, calladamente alegre
rompe
el límite del agua con la risa.
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