DOS
Esos
dos, esos con polvo en las de goma, esas medio limadas del borde de afuera y
que tienen kilómetros de visiones y medio remendado el pasado. Esos dos que han
podido escuchar el mismo crujir, el de todas las estructuras posibles pero que
han caminado la ansiedad existente en el orbitar del sol y que todo pueda
detenerse hasta la exasperación. Esos dos que se han rastrillado los cachetes
con inquisiciones y culpas de niños. Niños, ya no son niños, son la decima parte del niño. Esos dos
duendes pergeñados en nidos de suburbios ausentes, pequeños convivios e
infiernos arremolinados desde la panacea del orden y el progreso.
Esos
dos, esos que se besan, esos que se besan desenfocando a la oscuridad de la
realidad, esos que no les importa nada más que la otra boca. Tienen focos entre
los labios. Bocas en las plazas. Pero tu boca.
Esos
dos que liman la inquietud entre la combinación de sus sueños. Esos dos que se
conocen a lo que huelen. Se sacan la cera de los oídos, están tan cerca de
mirarse los piojos. No, no ya no son niños y tampoco monos. Esos dos putones
que no saben que se aman y que no saben porque se alteran ante la presencia del
otro. Ellos saben hacer el amor entre las cucarachas. Tampoco se han asustado.
Esos dos benditos que de tanto perder no le temen a perder, ley inicial del
perpetuo asombro.
Esos
dos que se filtran entre los bloques, se vuelven lava solo para poder pasar al
otro lado. Esos dos que van a una velocidad grave. Esos que se estimulan. Si
también esos dos. De algún modo triste se riegan. Y se duermen y se vuelven a
despertar. Y se cansan, y se conectan y se desean y se extrañan y que se han
acostumbrado demasiado a estar a favor del adiós.
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