miércoles, 15 de febrero de 2017

LUIS PALACIOS



DOS

Esos dos, esos con polvo en las de goma, esas medio limadas del borde de afuera y que tienen kilómetros de visiones y medio remendado el pasado. Esos dos que han podido escuchar el mismo crujir, el de todas las estructuras posibles pero que han caminado la ansiedad existente en el orbitar del sol y que todo pueda detenerse hasta la exasperación. Esos dos que se han rastrillado los cachetes con inquisiciones y culpas de niños. Niños, ya no son niños,  son la decima parte del niño. Esos dos duendes pergeñados en nidos de suburbios ausentes, pequeños convivios e infiernos arremolinados desde la panacea del orden y el progreso.
Esos dos, esos que se besan, esos que se besan desenfocando a la oscuridad de la realidad, esos que no les importa nada más que la otra boca. Tienen focos entre los labios. Bocas en las plazas. Pero tu boca.
Esos dos que liman la inquietud entre la combinación de sus sueños. Esos dos que se conocen a lo que huelen. Se sacan la cera de los oídos, están tan cerca de mirarse los piojos. No, no ya no son niños y tampoco monos. Esos dos putones que no saben que se aman y que no saben porque se alteran ante la presencia del otro. Ellos saben hacer el amor entre las cucarachas. Tampoco se han asustado. Esos dos benditos que de tanto perder no le temen a perder, ley inicial del perpetuo asombro.

Esos dos que se filtran entre los bloques, se vuelven lava solo para poder pasar al otro lado. Esos dos que van a una velocidad grave. Esos que se estimulan. Si también esos dos. De algún modo triste se riegan. Y se duermen y se vuelven a despertar. Y se cansan, y se conectan y se desean y se extrañan y que se han acostumbrado demasiado a estar a favor del adiós.

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